Cuando los niñ@s no vienen de París.

 

Portada libro Cuando los niños no vienen de ParísLos contenidos de esta sección están extraídos del libro de Marga Muñiz Aguilar, "Cuando los niñ@s no vienen de París".

Una extensa y documentada guía para las familias adoptivas y profesionales del mundo de la adopción.

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El duelo y su elaboración en la adopción

Tanto los padres adoptantes como los hijos adoptivos enfrentan crisis específicas referentes a su situación de ser “adoptantes” y “adoptivos”. Cada uno de ellos deben ser cuidados y acompañados en la resolución de sus duelos y conflictos.

El trabajo del duelo constituye una reacción psicológica normal frente a una situación traumática, la cual implica una pérdida y a la vez genera un pesar. Mediante el trabajo del duelo se pretende que la persona acepte la pérdida, readaptándose a la nueva realidad de ausencia del objeto, condición esencial para la elaboración del duelo. Es decir, para conseguir que acontecimientos dolorosos se calmen en nuestro interior, se ha de llorar el dolor y dejarlo ir. Lo imposible o irrecuperable debe ser reconocido y aceptado como tal para dar lugar a lo posible.

 

Los síntomas o manifestaciones pueden ser muy similares a aquellos presentes en un episodio de depresión: tristeza, insomnio, pérdida de peso, angustia, culpa, pánico, desesperanza, apatía, etc. En algunos casos se evidencian pensamientos recurrentes de muerte, ideación suicida, o tentativa para llevarlo a cabo.

Los síntomas psicológicos anteriores se asocian frecuentemente con otros físicos: migrañas, úlcera, colitis, problemas respiratorios, palpitaciones, sudoraciones, etc. Se puede presentar una disminución en las defensas del organismo, lo cual facilita la infección y el contagio de diferentes agentes.

En el caso de los niños el dolor por la pérdida se puede manifestar en forma de rabia, tristeza, problemas de atención, dificultades para la vinculación, problemas de aprendizaje, etc.

La emoción es una energía que genera el cuerpo, y que por principio físico, no se acaba, sino que puede  transformarse en enfermedades somáticas, o en problemas de comportamiento. Esta energía debe ser sacada del cuerpo mediante la expresión de sentimientos como el llanto, la risa, las palabras, etc. Se habla de elaboración del duelo cuando hemos aceptado la pérdida y recordar no nos causa dolor.

El duelo, por tanto, afecta a toda la persona, tanto a nivel físico como psicológico. La respuesta individual del duelo depende de varios factores, tales como:
– Las características personales: edad, sexo, religión, duelos anteriores y personalidad
– Las relaciones interpersonales: la cantidad de vínculos y las posibilidades de comunicación. Las personas que tienen mayor apoyo social y que son animadas a expresar sus sentimientos lo superan con mayor rapidez
– Aspectos específicos de la situación: esperada, repentina, dramática, grado de vínculo afectivo o importancia de lo perdido, etc.

 

Etapas del duelo

Cuando la persona elabora el duelo, suele pasar por varias etapas, que pueden ocurrir en secuencias diferentes, y que ahora detallamos.

 

Primera etapa: Negación

La persona se niega a aceptar la evidencia de la pérdida. Se muestra incrédula y le parece que todo es una pesadilla, de la que se va a despertar de un momento a otro.

Segunda etapa: Rabia

A medida que la persona va asumiendo que la pérdida es real e irreversible, el sentimiento de impotencia le hace preguntarse por qué a ella, increpando al destino, a Dios, si es creyente, etc. Incapaz de manejar las emociones adecuadamente, se rebela contra lo que tiene más próximo. Si no expresa esa rabia, se puede transformar en dolores de cabeza, migrañas u otras formas vicarias de expresión corporal.

Tercera etapa: Negociación

En esta fase, que se puede mezclar con la anterior, la persona puede culpabilizarse y desarrollar algunas conductas que actúan como rituales, como actos de compensación. Si ha tenido rabia e impotencia, busca modos de canalizarla, hasta que comprende que nada sirve para devolver lo perdido.
Entonces surge propiamente la depresión. Es la fase más larga, puede aparecer angustia, sentimientos de indefensión, inseguridad, temor a nuevas pérdidas, etc.

Cuarta etapa: Aceptación

En esta fase se tolera la pérdida. Se valora el peso del azar y se buscan actitudes positivas que permitan el reajuste para adaptarse a la ausencia de aquello que se perdió. A medida que se va restableciendo de la pérdida, hace nuevos planes y siente que la vida merece la pena vivirse.

 

 

La persona que no elabora completamente el proceso de duelo puede tener problemas para conciliar el sueño, dificultades para concentrarse y falta de apetito. Muchas de estas personas se vuelven, además, consumidoras habituales de fármacos.

El duelo de los hijos/as adoptivos

La adopción, como opción para formar una familia, es siempre mutua en el sentido de que el niño/a encuentra una familia y ésta a un hijo/a. En este sentido, todos los miembros de la familia han sufrido una profunda pérdida: los padres adoptivos, en casos de problemas de infertilidad, han debido renunciar a la ilusión de criar a su hijo biológico y probablemente desearía que el hijo/a que cría fuese biológico.

En el caso del hijo adoptivo, ha perdido la conexión con sus padres biológicos y probablemente desearía que los padres que lo tuvieron y los que lo están criando fueran los mismos.

La revelación para el niño/a supone necesariamente la elaboración de un duelo por la familia de origen y exige a los padres adoptivos acompañarlo en la expresión de los sentimientos que este conocimiento despierta en las distintas etapas de su desarrollo, ya que para elaborar un duelo es necesario expresar, poner en palabras, la situación emocional vivida.

Así, la revelación de la historia de su origen no puede ser realizada en un momento puntual, sino que corresponde a un proceso gradual y continuo a lo largo de la vida.

Muchos padres/madres adoptivos tienen la creencia de que al informar al niño/a sobre sus orígenes podría destruir el vínculo afectivo que se ha establecido entre ellos, que podría aportar elementos conflictivos a su autoestima y que favorecería el surgimiento de fantasías respecto a “los otros padres/madres”.

En realidad, en estos casos, la familia adoptiva está constituida por cuatro miembros: padre, madre, hijo y el “fantasma de los padres biológicos”, que probablemente dará como resultado, en mayor o menor grado, algún tipo de patología.

Para evitar estos riesgos, los padres/madres debemos mostrarnos receptivos y comprensivos frente a las inquietudes del niño/a en cuanto a la historia de su  origen, acompañándole en la elaboración de su “ser adoptivo”. Como familias adoptivas tenemos, en este sentido un doble reto: identificar su dolor, y ayudarles a crecer desde su dolor. Esta responsabilidad empieza cuando adoptamos y continúa hasta que llegan a la edad adulta, ya que el dolor no desaparece por completo cuando se acoplan a la nueva vida, sino que reaparece a lo largo de la vida en situaciones de cambio: una nueva escuela, la muerte de una mascota,  la llegada a la universidad, establecimiento de relaciones de pareja, el nacimiento de un hijo, etc.

Una característica de esta pérdida es que no existe un reconocimiento social de la misma, sino todo lo contrario. Se espera que los niños/as adoptados sientan gratitud ante el hecho de tener una familia que los acoja, los eduque y los quiera. De tal forma, que algunos adoptados adultos esperan, incluso a que sus padres adoptivos mueran, para iniciar la búsqueda de sus orígenes, ante el temor de que esta búsqueda pudiera entenderse como una falta de amor o de gratitud hacia ellos.

En cuanto a la expresión de esta pérdida, puede ir desde mostrarse retraído o distraído, hasta tener episodios de ira o tristeza. Si los síntomas no son severos, pueden ser difíciles de identificar, pero, sin duda, están ahí.

Muchas familias adoptivas creen, erróneamente que si sus hijos/as no hablan sobre su pasado es porque no piensan en él. Pero lo cierto es que si no se crea una atmósfera que propicie la expresión de estos sentimientos es normal que no hablen de esa realidad, pero de esta forma difícilmente podrán elaborar el duelo que les permita asimilar esas pérdidas, y hay que tener en cuenta que, independientemente de la edad que tuviera el niño/a cuando fue adoptado, todos han sufrido la pérdida de la madre biológica, que es la persona que estuvo con el él/ella en los primeros y más críticos nueve meses de su vida.

La adopción, a veces, también duele

Aunque es cierto que la adopción es un hecho feliz, porque son niños y niñas muy deseados y queridos, también es cierto que conlleva un dolor que hay que saber gestionar, porque la adopción se inicia a partir de una pérdida, la de la familia biológica.
 
A las familias adoptivas no nos resulta, a veces, fácil reconocer las consecuencias de esas pérdidas porque no son fáciles de ver e identificar y porque la mayoría de los niños/as no son capaces de elaborar mediante el lenguaje el dolor por esas pérdidas. Pero debemos estar atentos a algunas de las reacciones más frecuentes que provoca: ira, tristeza, resentimiento, hiperactividad, problemas de atención, conductas regresivas, pérdida de apetito, problemas escolares, etc., porque expresar el dolor es un paso hacia su superación.

La tarea de la familia adoptiva es informarse y prepararse para acompañar a sus hijos/as en su dolor y sus pérdidas. Porque la adopción, a veces, también duele. Y no sólo a los hijos, sino también a los padres y a las madres adoptivos. Y también duele, aunque se habla poco, a la familia de origen, especialmente a la madre biológica.

Y duele porque los adoptantes deben elaborar:

  • el duelo por la infertilidad, si es el caso, renunciando al deseo de embarazo
  • el duelo por el hijo biológico, para lograr así, el advenimiento del deseo del hijo adoptivo
  • el duelo por el bebé cuando adoptan un niño mayor
  • el duelo por el hijo biológico, en caso de muerte prematura de éste
  • el duelo por la familia biparental, que puede que nunca tengan, en el caso de las personas que deciden ejercer la maternidad/paternidad en solitario.

Y duele porque el niño o niña adoptada debe elaborar:

  • el duelo por su padre y, especialmente, por su madre biológica, con quien compartió sus primeras experiencias en la vida, ya que ésta no se inició en el momento del parto, sino nueve meses antes
  • el duelo por no ser hijo biológico de sus padres adoptivos
  • el duelo, a veces, por las personas que lo acogieron en su transición entre la familia de origen y la familia adoptante
  • en los casos de adopción internacional, el dolor por la pérdida del país y la cultura de origen.

Y duele porque la madre biológica, la mayoría de las veces, se ve forzada a dar el hijo/a en adopción por circunstancias socio-económicas y/o culturales, pero no por su voluntad.

Brian Stuy, padre adoptivo americano que trabaja en la búsqueda de información sobre los orígenes de niñas chinas adoptadas, consiguió localizar, gracias a una serie de circunstancias fortuitas, a la madre biológica de su propia hija y de otra niña adoptada también por una familia americana. Preguntadas por la motivación última que las había llevado a tomar la decisión de renunciar a sus hijas, contestaron que había sido la presión ejercida por los abuelos paternos para tener un varón que continuara el apellido, ya que en las familias rurales se considera el tener un hijo varón como símbolo de éxito biológico y el no tenerlo como fuente de mala suerte. Educados en el respeto a los mayores, ni estas mujeres ni sus maridos se habían podido oponer. Cuando les preguntó con qué frecuencia pensaban en sus hijas, la respuesta fue unánime: Cada día.

El duelo por la infertilidad

La infertilidad es uno de los temas más estresantes en las vidas de las personas que la padecen.

Frecuentemente expresan sentimientos de culpa y de desvalorización, baja autoestima, su sexualidad se ve afectada por la pérdida de la espontaneidad y sienten el aislamiento de sus amigos, que muchas veces están criando a sus hijos y se transforman en fuente de dolor para el matrimonio estéril.
Se trata de una crisis no anticipada en la vida de la familia.

Entre los futuros adoptantes encontramos personas dañadas en su autoestima dado que se frustraron sus ideales de paternidad/maternidad biológica. En ese caso deben disponer de un espacio de reflexión donde puedan disponer del tiempo individual y de pareja para elaborar el duelo de un no poder hasta acceder a un sí poder tener hijos a través de la adopción.

Estos duelos son difíciles de elaborar porque no hay rituales que observar o señales que pongan fin a las expectativas de la pareja de tener hijos biológicos.

Se habla de tres tareas que la pareja infértil debe hacer para adaptarse a la infertilidad:
– reconocer el dolor de perder esa experiencia básica de la vida
– restaurar una imagen corporal sana
– evaluar la importancia de la maternidad/paternidad y determinar si otras actividades compensan o bien considerar otras formas de paternidad/maternidad.

Con frecuencia ocurre que las parejas infértiles si no han elaborado el proceso de duelo suelen no hablar del tema, como si al no hacerlo se pudiera evitar al otro o a sí mismo el dolor.

Es tentador no hablar ni recordar lo doloroso. Así, muchas veces, uno de los miembros de la pareja, generalmente el que está en apariencia menos afectado emocionalmente por la infertilidad, ha optado por proteger a su pareja, no hablándole del tema, con lo cual no se permite recordar ni compartir los propios sentimientos al respecto. Así, cada uno vive su duelo en soledad, sin darse cuenta que si bien el hablar del sufrimiento implica abrir una herida, también permite curarla con mayor rapidez bajo la compañía y la contención de la pareja.

En muchos casos, la adopción es la última opción que se baraja tras recorrer un largo camino en busca del primer hijo biológico. Conviene saber que, en prevención de desarreglos emocionales en la familia, el cierre de ese camino natural y la apertura a la nueva alternativa no deberían ser simultáneos. Hay que dejar transcurrir un poco de tiempo; encarar la nueva realidad con una buena disposición anímica.  La dolorosa situación que supone ir aceptando que no se puede conseguir la paternidad biológica, que nuestro hijo no se va a parecer a nosotros y que habremos de explicar a los demás lo que nos ocurre, requiere su tiempo. Es necesario que el conflicto interno se resuelva y la frustración desaparezca, para que se asuma dicha realidad gozosamente y sin traumas. Sólo cuando nos hemos mentalizado positivamente, podemos comenzar a desarrollar el estado afectivo que requiere el trascendental paso de adoptar un niño.

Cuando la infertilidad no es asumida adecuadamente y la pareja adopta, como una forma de curar la herida que ese hecho produce, puede hablarse de una motivación que puede poner en riesgo el éxito de una adopción.

Es frecuente encontrar entre las personas que adoptan la idea de que la paternidad/maternidad adoptiva es igual a la biológica, como si al borrar cualquier diferencia que existiese entre ambas permitiera, por una parte, anular los sentimientos propios del duelo por la infertilidad y, por otra, los dejara en condiciones de igualdad con aquellos que forman familia de manera biológica.

El aceptar que hay diferencias, no tiene relación con poner en duda la solidez del vínculo afectivo que se puede generar entre padres e hijos adoptivos.

De hecho, el aceptar que sí existen diferencias básicas es lo que permite asumir y llevar a cabo una sana maternidad/paternidad adoptiva.